miércoles, 8 de marzo de 2017

Matilda se fue, pero se queda

Matilda se queda, Olvido

 
El 24 de enero, y hoy es el primer día en que soy capaz de escribir. Este tiempo me ha servido para darme cuenta de que me niego en redondo a aceptarlo; he decidido que por mí, puede seguir paseando por esta casa todo el tiempo que quiera ella, o yo, no sé.

Matilda era en ciertos momentos un animal tímido y dulce, a pesar de su constitución fuerte y poderosa. Algunas veces era una muestra desatada de las fuerzas de la Naturaleza. Fue Gilda en Prisión Banal. Muerte en el panóptico. Era una colega cuando me tumbaba en la paja a revolcarme con ella. Ahí conectábamos bastante. Era implacable con todo lo que volaba. Ahí no conectábamos nada.
Fue inconsciente de su edad casi todo el tiempo, por eso pudo ser mamá cuando ya nadie lo esperaba.




Pero de todas las facetas de Matilda, te quiero hablar de una que es la que me ha marcado más: me parecía algunas veces un elemento ancestral.


La cosa iba así: yo le rascaba el hocico, porque le gustaba a ella, pero también porque me gustaba a mí. Le pasaba el dedo a contrapelo, un pelo duro y corto de color amarillo pálido, casi blanco, mientras dejaba la mente volar. Algunas veces me paraba sin darme cuenta y entonces ella me ponía su patorra en el hombro: "Sigue rascando".

Pero ocurrió que alguna vez me puso la pata y no estábamos en mitad de un "rasquins". Me sentaba en el porche de la escalera, se me ponía al lado y apoyaba su pezuña con delicadeza en mi brazo. Nos quedábamos mirando a lo lejos y escuchaba su pregunta con toda claridad: "¿Cuándo vuelven las niñas?"

Mi dolor fue menos dolor porque lo proyecté en Matilda, lo sé. La noche de enero en que se nos fue, mientras la abrazaba y la acariciaba sentí todo el peso de perderla a ella y de perderos a vosotras otra vez. Todo aquel dolor del que Matilda fue depositaria me fue devuelto. 

Algún día, cuando estemos todos, enterraremos sus cenizas y las de Tro en el lugar favorito de ambos: una tuya achaparrada que parece un iglú verde. Ahí debajo los rigores del verano se le hicieron más llevaderos. 

Hasta que llegue ese día he decidido seguir como si nada hubiese pasado. Y cuando me siente en el porche y me pregunte "¿cuándo vuelven las niñas?" le voy a contestar lo mismo que todos estos años: "Matilda, cualquier día las vemos venir por senda Lobo".

Matilda no se va, se queda. Por el bien de todos.