Es un hecho demostrado que la vida igual te da una colleja que te estampa un beso en la frente.
El domingo pasado comenzó mal. Abrí los ojos y me dije: "¡el dolor!". Al principio crees que la fibromialgia es dolor, luego descubres que la mayor parte del tiempo la fibromialgia es un okupa que ha invadido tu cuerpo y que disfruta poniendo a prueba la paciencia: cuando consigues asumir que tus ojos cada día enfocan de una manera -y contraatacas hábilmente con diferentes lupas- se te tapona un oído para ofrecerte las delicias de un mundo que se mueve al ritmo de una extraña banda sonora.
La "fibrobandarra" también provoca borracheras -sin pagar nada, gratis-, te traba una pierna, te llena de arena los ojos, te afloja los tobillos, te aprieta la mandíbula... La fibromurgalgia es una auténtica lata.
He descubierto que si empiezo el día con una caminata de hora y media, todo va mejor. Los perros, sin lugar a duda, están más felices y yo puedo achacarle cualquier dolor a las agujetas. Sin embargo, no importa cuánto me ría, periódicamente llega el Dolor con mayúsculas. Un dolor que me obliga a reconocer que hay partes de mi cuerpo que no sabía que tenían un nombre. Sospecho que quizá todo es una estrategia de esos entes anónimos para reivindicarse. Imagina el mitin:
-Camaradas, quiero deciros que yo, un esternocleidomastoideo, de los mastoideos de toda la vida, llevo 52 años trabajando para esta negrera y ella ni se ha molestado en aprender cómo me llamo.
-Abajo el explotador!!!
-No, abajo, no. Hagamos que se acuerde de todos nosotros.
-Sí, hagámoslo!!!
-¡Grácil, Aductor, Sartorio! Quiero calambres nocturnos en todas sus variantes: punzantes, radiantes, intermitentes, incluso rimbombantes.
-Eso está hecho, camarada!
Ahora quiero reírme de todo esto pero ese domingo a las cinco de la mañana, cuando abrí los ojos, no le vi la gracia. Me pregunté: "¿Seré capaz de llegar hasta el trabajo?". Lo intenté y llegué. "¿Seré capaz de aguantar todo el día?". Tomé un analgésico. He renunciado a embaularme el gramo diario de paracetamol que me recomendaron porque soy una sentimental, quiero conservar mi hígado conmigo tanto tiempo como sea posible, le conozco desde siempre y no me veo sin él. Cuando llega el dolor más crudo, entonces sí tomo algo que me ayude a salir del paso.
En fin, hasta aquí el apartado colleja. Al final del día, se presentó el beso estampado en la frente.
Ocurrió casi al final de la jornada, cuando intentaba trampear las últimas horas felicitándome de haber conseguido lo que a primera hora me parecía casi imposible. Surgió de la oscuridad del patio y entró en mi oficina -en la que tú conoces- una chica que me preguntó por una compañera de trabajo. Mi oficina es el lugar donde esperan siempre los hijos de los trabajadores. Avisé a su madre y a ella la invité a que pasara y se sentara. Se llamaba Alba. No era tan alta como tú, pero el pelo, los ojos y la voz me eran tan familiares...
Me dijo que venía del Salón del Manga. Me habló de cosas de las que solo me hablabas tú, de que la portada del Salón la había diseñado este año la autora de Chi.
Coincidimos en la divulgación de los usos y costumbres de los japoneses a partir de series de dibujos sencillas como Chin Chan. Reconocí que El viaje de Chihiro -si no fuese por la parte del baño de los dioses que me da un poco de asco- me había sorprendido gratamente. Ella recitó del tirón 10 películas de Hayao Miyazaki.
Charlamos sobre Death note y el problema de la ética.
Le enseñé fotos de Chichilla, me enseñó ella las de su gato, un animal muy especial.
Dijo que se llamaba Alba pero yo todavía tengo mis dudas. Más bien creo que fue un ángel que quiso hacerse pasar por ti. Creo que el domingo pasado, oscurecido ya, la vida me estampó un beso en la frente. Un beso como solo lo sabe dar una madre.
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